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La insostenibilidad de la pesca

En tiempos de agotamiento de los recursos marinos y asaltos de piratas, conviene repasar la situación actual de la pesca, que se ha convertido en insostenible. La sofisticación tecnológica que han alcanzado las poderosas flotas pesqueras les permite mantener estables sus capturas, a pesar de haber eliminado el 90% de los grandes peces del océano, gracias a que las extraen de los rincones más remotos del planeta.

La pesca intensiva consigue al año el mismo volumen de capturas que la pesca tradicional. Sin embargo, emplea ocho veces menos trabajadores (1,5 millones vs 12 millones) y consume ocho veces más combustible que las artes tradicionales (37 vs 5 millones de toneladas de petróleo, respectivamente). Las cuentas no salen.

Como explican en sus estudios Brian Halweil y Danielle Nierenberg, cuando apareció  por primera vez la práctica intensiva en los puertos pesqueros pareció una gran idea: más productos del mar  recogidos en barcos más grandes y con menos pescadores, y por tanto mayores beneficios para los empresarios del sector. Los políticos apoyaron el cambio con subvenciones, por el interés de competir mejor con otros países, tener suministros más abundantes de alimentos y en algunos casos bajar los precios de la comida.

Sin embargo, este sistema de producción se tornó en una falacia, al igual que para la explotación agraria intensiva, según explica el economista William Weida. La captura del pescado con enormes redes de arrastre y otras técnicas no sostenibles ha llevado a esos métodos de producción a poner en peligro el equilibrio a largo plazo de los océanos, la diversidad genética que sostiene la propia producción y a la postre la salud de la gente.

Por otro lado, el pescado de criaderos ha crecido hasta suponer el 40% de toda la pesca consumida alrededor del mundo. Los analistas de esta industria calculan que este porcentaje se elevará al 50% en los próximos años. Este sistema de producción de pescado también se ha alejado de sus antiguas raíces de uso eficiente de restos vegetales, malas hierbas y estiércol para obtener unas cuantas carpas. Eso era antes del gran salto de la producción, cuando los estanques de peces también ocupaban su lugar en la mayoría de las granjas de la tierra, nutriéndose de desechos agrícolas y ayudando a su vez a enriquecer el suelo, en un círculo completo de retroalimentación.

El pescado que hoy en día se amontona en piscifactorías requiere cantidades masivas de alimento, energía y biocidas para controlar  las enfermedades, además de generar grandes cantidades de estiércol. Los productores de atún, salmón,  lubina rayada,  gambas y otros carnívoros precisan para su alimentación considerablemente más pescado – anchoa, arenque, capelán, pescadilla- del que producen. En 1948, sólo el 7,7% del total de la pesca marina se reducía a harina y aceite de pescado. En la actualidad, casi el 40% de las capturas se procesan para la alimentación animal.

Los elevados precios que alcanzan en el mercado estimulan a productores a criar en grandes cerramientos oceánicos peces carnívoros como el salmón, el atún y el bacalao. Sólo el cambio en el gusto de los consumidores ayudará a desplazar a la producción pesquera hacia especies más sostenibles.

Al final, el tremendo agostamiento y la contaminación de los mares están llevando a consumidores, pescadores, granjeros y hombres de negocios a buscar mejores alternativas.

Inevitable vuelta a la Naturaleza

Productores de pescado y también de carne de todo el mundo han sabido mezclar una dosis de las prácticas de los viejos tiempos con algunas lecciones de la ecología moderna y están demostrando que pueden producir la misma cantidad de comida, al tiempo que reducen mucho el impacto dañino de su actividad. La rentabilidad no puede medirse únicamente en términos de los puestos de trabajo que se ahorra una actividad. De hecho, este parámetro no es socialmente sostenible.

Por otro lado, los estudios han demostrado que la intensificación de los lechos de marisco es una forma más barata de eliminar nitrógeno del agua que las plantas depuradoras de aguas residuales. Esto permite que la luz del sol alcance el fondo de la bahía y nutra las bases de la cadena alimentaria. Además, las jaulas metálicas que contienen el marisco funcionan como arrecifes artificiales que congregan a especies como la lubina. < ;strong>La vuelta a este sistema de producción sería positiva ambientalmente y proporcionaría numerosos puestos de trabajo, además de alimento.

Podría ser uno de los primeros pasos para recuperar la moribunda pesca artesanal, que en el mundo moderno ya no tiene dónde operar porque los bancos de nuestros mares están esquilmados. A estas alturas, el atún rojo Atlántico ha sido llevado a los límites del colapso por la sobreexplotación, la ausencia de una gestión adecuada y la pesca ilegal. De hecho, según reconoce el Libro Verde de la Reforma de la Política Común de Pesca, esta situación de sobrepesca la sufren la mayor parte de las especies marinas de interés pesquero.

Por ello, la industria buscó nuevos caladeros en el sur y ya en 2007 el Grupo de Supervisión para Somalia (GSS) de la ONU alertaba de la continuada sobreexplotación de los recursos pesqu eros de la Zona Económica Exclusiva (ZEE), por parte de navieras pesqueras internacionales.

La piratería no es justificable pero tampoco que el 50% del total de las capturas en Somalia, Liberia y Guinea Conakry sean practicadas de manera ilegal. Como aseguran desde Ecologistas en Acción, la única forma de garantizar la subsistencia de la industria pesquera europea es apostando por una industria de estructura familiar, cooperativista, de conocimiento ecológico sobre los ecosistemas, hábitats y poblaciones que desarrollan su actividad.

Al final, los problemas en el Índico se reducen a las cuestiones de soberanía alimentaria, deuda ecológica y solidaridad entre pueblos, unos parámetros en los que no tienen cabida las subvenciones oficiales a la sobreexplotación de recursos que ejerce la industria pesquera actual y que tanto beneficia a los señores de la guerra.

Imagen: Ricky David

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